ÉL MI CAPRICHO Y YO SU DESEO
Cuando era adolescente, en los años ochenta, por motivos de
trabajo de mis padres, nos fuimos a vivir a un pueblecito del norte.
Allí viví plenamente mis inicios en la sexualidad. Todo se
prestaba a ello. Mi edad, que propiciaba más las salidas, y también la
diferencia de vivir en un pueblo a vivir en una ciudad es importante a la hora
de salir a una edad temprana, pues en un pueblo parece que la gente sale desde
más jovencita, ya que los peligros suelen ser menores que en una ciudad.
Sea como fuere, allí estaba yo, viviendo una vida nueva, una
vida diferente.
Cambié mi uniforme de las monjitas por vaqueros ajustados. Mi
bufanda de lana, por una palestina, mis zapatitos de niña con mis calcetines de
punto, por deportivas y botines.
Mi pelo largo con horquillas de colores, por un corte punk.
Mi cara pálida con pecas, por una buena capa de maquillaje, sombra de ojos,
colorete y rojo carmín en mis labios.
Pronto hice amistades. La gente del allí era muy sociable y
enseguida hicieron que toda mi familia y yo nos sintiéramos parte del pueblo.
Empecé a salir con chicos y con chicas en pandilla. Probé
mis primeros cigarrillos, y cogí mi primera borrachera.
Todos nos adaptamos muy bien a aquel entorno. Mis padres
compraron un piso en una urbanización nueva a las afueras del pueblo. Vivían
pocos vecinos por allí todavía.
En nuestro portal quedaba por vender todavía el piso de
enfrente de nosotros, pero en menos de un año lo compró un matrimonio algo más
jóvenes que mis padres. Tenían una pareja de mellizos, niño y niña de 8 años.
Eran muy agradables. Mi madre y Ana, la nueva vecina, pronto hicieron amistad,
ya que tenían algunas aficiones comunes, y pronto también mi padre y el nuevo
vecino, Alfredo, fueron cogiendo confianza, así que de vez en cuando,
preparaban un aperitivo el fin de semana y se lo tomaban juntos en nuestra casa
o en la de ellos.
Poco a poco fueron intimando cada vez más, y los aperitivos
se convirtieron en una paella seguida de una larga sobremesa con café, copa y puro.
Fueron pasando los meses y la amistad y la confianza entre
las dos familias se fue haciendo cada vez mayor.
Nosotros no teníamos familia allí, y ellos tampoco, pues se
habían trasladado también por motivos de trabajo a vivir allí.
Así que, empezamos a celebrar cumpleaños como una gran
familia, todos juntos, y también la Navidad.
Ellos de vez en cuando salían con compañeros de sus trabajos
y nos dejaban a los niños en casa.
En algunas ocasiones, si iban a volver muy tarde, me pedían
que me pasara a cuidar de los mellizos a su casa, y yo pasaba allí la noche
entera.
Una noche que me quedé de canguro, no era muy tarde, yo
estaba leyendo un rato antes de dormirme porque no tenía sueño, y en aquella
época la televisión no emitía gran cosa, y los niños ya se habían dormido. Esa
noche oí la puerta muy pronto y salí enseguida a ver qué pasaba, pues era raro
que volvieran tan temprano.
Me asomé a la entrada y no vi a nadie, pero de repente
escuché la cisterna del váter, y a continuación se abrió la puerta.
Era Alfredo, - Buenas noches, me dijo. Se han dormido ya los
mellizos?- Si, contesté yo.
- Cómo es que has vuelto tan pronto?, si no es indiscreción.
- Ana se ha quedado con unos compañeros de trabajo, dice que
luego la traían a casa, y yo, la verdad es que me estaba aburriendo un poco, y
no tenía muchas ganas de seguir la fiesta, así que he dicho que no me
encontraba bien y me he vuelto a casa.
- Bueno, pues entonces yo ya me marcho a la mía.
- No mujer, no te vayas tan pronto. Si me encuentro bien, es
solo que me aburría la conversación y he preferido venirme, pero no tengo
sueño, y Ana llegará tarde, ella estaba muy animada.
La verdad es que Alfredo tenía unos ojos azules que quitaban
el hipo, pelo castaño claro, rizado, un cuerpo de deportista que me embelesaba,
y una sonrisa…que sonrisa!!, con un hoyuelo que le salía en un lado de la cara…
esa cara con una media barba que le quedaba de maravilla. Vamos, que se me
mojaban las bragas cada vez que estaba cerca de él, pero nunca me había
insinuado, aunque me gustaba y me atraía desde el primer momento en que le vi, pero yo sabía que aquello solo podía ser un capricho, un capricho imposible de conseguir, y que nunca llegaría a nada,
pues a él se le notaba enamorado de su mujer, y yo solo era una cría.
Por otra parte, yo
nunca había notado nada por parte de él tampoco, pero aquella noche…aquella
noche él venía con unas claras intenciones de seducirme, y lo cierto es que no
le iba a costar trabajo, porque a mí se me caía la baba solo con mirarlo.
Era la primera vez que estábamos los dos solos. Me sudaban las manos
y él notó que yo estaba nerviosa.
- Venga,
no te vallas, quédate un ratito conmigo, y si te aburres, pues te marchas.
- Está bien, me quedo un poquito más, y después me voy.
- Cuéntame, qué tal te vas adaptando al pueblo?, tienes
algún amigo especial?
Me puse colorada como
un tomate, Cómo iba a imaginar que iba a preguntarme algo así?
- Pues no, contesté yo, la verdad es que tengo amigos, pero
no hay ninguno que me guste en especial.
- Pero habrás estado ya con algún chico, no?
Un color me iba y otro me venía…A qué estaba jugando?, Qué
pretendía? Desde luego que si lo que quería era ponerme más nerviosa, lo estaba
consiguiendo, pero a la vez esas preguntas me ponían cada vez más “cachonda”,
así que decidí seguirle un poco el juego, a ver hasta donde era capaz de
llegar.
- SI, he estado con alguno, pero los chicos de mi edad no me
atraen demasiado, no saben hacer nada. Solo algún beso, intentan tocarme las
tetas…pero nada más.
- Nada más?, y qué te gustaría que te hicieran?
- Pues es que yo, lo que siento palpitar cuando estoy excitada,
es mi vagina, y es ahí donde me gustaría que tocasen, pero no sé si no se
atreven, o no saben….Qué crees tú que puede ser?, Tu cuando eras adolescente,
qué les hacías a las chicas?
- JaJaJa, se rió, en mi época no podíamos hacer mucho,
siempre llevábamos carabina, pero si te puedo decir lo que haría ahora si
tuviera delante a una chica preciosa como tú.
Estaba claro, quería algo conmigo, y yo me estaba poniendo
caliente como una perra en celo. Desde luego que si se lanzaba, no me iba a
negar, así que decidí provocarle un poquito.
- Y dime, qué me harías?
Estábamos sentados en el sofá del salón, uno en cada extremo,
y de pronto se incorporó un poco y se acercó para sentarse a mi lado.
Me puso la mano en la pierna, y empezó a subirla lentamente
hasta llegar a mi sexo.
- Dime, es aquí donde sientes las palpitaciones?
- Sii, dije yo con la voz medio quebrada.
Yo estaba en pijama, así que era fácil meter la mano por la
goma de mi pantalón.
Deslizó su mano por mi cintura bajando con sus dedos entre
mis bragas hasta mi vagina, y empezó a acariciarme muy suavemente el clítoris.
- Dime, te gusta lo que te estoy haciendo?, Es esto lo que te
gustaría que te hicieran los chicos?, Te referías a esto cielo?
A penas salió un balbuceo de mi boca, mientras asentía con la
cabeza.
Entonces empezó a besarme por el cuello, mientras seguía
acariciando mis partes más íntimas. Un escalofrío recorría todo mi cuerpo al
sentir su respiración tan cerca. Mmmm, además, qué bien olía!
Noté como iba buscando mi boca, y me giré para que se
encontrara con la mía.
Empezamos a besarnos. Yo nunca había estado tan
excitada. Tenía ganas de morderle los labios, y sin darme cuenta, mi mano
estaba en sus pantalones, tocando su pene que estaba duro, muy duro.
Empecé a
desabrocharle el pantalón para meter la mano por dentro. Yo quería tocar carne,
quería sentir calor…
Se levantó un poco y me ayudó a bajarle los pantalones. En un
momento nos quedamos los dos desnudos, en el salón de su casa, en su sofá.
Nos seguimos besando. Él recorrió todo mi cuerpo con su
lengua húmeda, muy húmeda, pero no más que mi coño que ya estaba chorreando
fluidos vaginales por mi entrepierna de lo excitada que estaba.
Me dejé caer en el sofá, y mis piernas se abrieron como se abre
una almeja con el calor, y entre mis piernas abiertas su cabeza, que yo
sujetaba con ambas manos, como reteniéndola para que no se apartase de allí
hasta que no me llevara al orgasmo.
Su lengua lamía mis labios menores y mayores, y jugaba con mi
clítoris, dándole un suave masaje.
Era todo un maestro. Me encantaba. Mis
piernas cada vez se abrían más, y mi cuerpo no podía parar con un movimiento rítmico
hacia arriba y hacia abajo. Era como un baile sensual de mis caderas que pedían
más y más. Estaba flotando, nunca había sentido tanto placer en mi vida, y él
lo sabía, igual que sabía cómo hacer disfrutar a una mujer. Subió sus manos
hasta mis pezones que estaban duros, muy duros, y empezó a pellizcarlos,
primero sutilmente y después cada vez apretaba un poquito más, y yo me moría de
gusto, era una sensación tan…tan…tan...hummmm, no pude más y me corrí en su boca.
Por
unos minutos quedé extasiada, y mientras tanto, él me acariciaba dulcemente, al mismo tiempo que sus ojos recorrían todo mi cuerpo con una mirada lasciva y de deseo, su deseo
por seguir haciéndome disfrutar.
Aquel fue el primero de los muchos encuentros que mantuvimos
durante un año.
Aprovechábamos siempre que su mujer no estaba, o si yo me
quedaba sola en casa.
Siempre rozando el peligro por si nos pillaban. Eso lo hacía
todavía más excitante y morboso.
Alfredo fue mi capricho, y el hombre que se llevó mi
virginidad. Y yo fui su deseo, ya que aunque no lo parecía, su mujer no le
excitaba. Realmente lo que deseaba, era el cuerpo de una adolescente, una joven
complaciente y encaprichada de un hombre veintisiete años mayor, que le dio
durante un año el placer y la satisfacción que no encontraba en el cuerpo de su
mujer.